martes, 1 de septiembre de 2009

Transparente

La gente se empeña en decirme que soy transparente. Aunque hay días que lo que me gustaría ser es invisible, colarme en probadores, perseguir fantasmas por la calle, meterme en conversaciones ajenas sin quedar de cotilla…

Si de buenas a primeras me volviera incorpórea, se daría en mí el gran conflicto vital que a todos se nos cruza alguna vez en el camino: usarlo para hacer el bien e impartir justicia, mi concepto de justicia, claro, o por puro hedonismo. Una de las cosas que me gustaría hacer sería dar chorlitos a los imbéciles con los que me cruzo por la calle: los que atascan las aceras parloteando, los que van dando gritos, los maleducados que te avasallan. Sería una especia de justiciera, cosa que no me permite mi escasa o casi nula fuerza bruta. Me imagino las caras de los transeúntes ante un golpe seco en la nuca…y yo muerta de la risa. La verdad es que esta idea conjuga la idea de justicia divina con el puro placer.

Lo que sí haría por gusto sería ir detrás de niños guapos, o de parejitas felices, y ejercería de voyeur (voyeuse, en mi caso). También imagino cómo sería practicar sexo siendo traslúcida…

El punto negativo de ser etérea es que correría riesgos innecesario: oír lo que no debo, meterme donde no me llaman… En cualquier caso prefiero ser invisible a ser transparente. Se debe sobrellevar mejor. Pero no, no puede ser, eso es fantasía, todavía no inventaron la máquina para borrar temporalmente la piel. Así que lo que me toca a mí es ser transparente, no saber mentir y dar alguna que otra torta sin manos.

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