jueves, 30 de julio de 2009

Ángela, Atencia, Barcelona

Según las estadísticas, el verano y las vacaciones provocan en España uno de cada tres divorcios.

Barcelona. Día 1.

Empezamos regular el día. No hemos pegado ojo. El calor en casa de mi abuela, que es donde pasamos la noche previa al viaje por cuestiones de intendencia, es insufrible. Ni el ventilador ni las ventanas abiertas de par en par nos dan una tregua. Dormimos juntas en la cama, pero mi mujer se va porque está agobiada y no quiere despertarme. Yo la echo de menos a mi lado y me preocupo. Lo dicho: no dormimos nada y suena el despertador a las 06.20 horas.

El termo no funciona. Ducha fría. Seguimos para bingo. Esta inconveniencia nos viene bien para el viaje y nuestro propósito: nada de pensamientos impuros durante nuestra estancia en Barcelona. Si otros se ganan el jubileo haciendo el Camino de Santiago nosotras lo hacemos prescindiendo del género masculino por unos días. A ver cómo sobrellevamos la preparación de nuestro cierre por vacaciones.

Mi padre, pobre, nos recoge para el traslado al aeropuerto. Llegamos a las 07.00 horas. El tío de la facturación es un inútil y nos dice que no podemos llevar maleta. Ya nos veo con tres capas de ropa cual cebollas. Desayunamos y nos la clavan. La primera en la frente. La segunda, la furgoneta de los periódicos se ha averiado y nos dejan sin prensa. A esperar el avión.

Mi miedo a los aviones se va superando poco a poco. Seguimos muertas de sueño. En Rayanair nos putean: o te venden unos rascas para ayudar a unos niños ciegos o colonias, o cafés, o cigarros con nicotina pero sin humo (¡!). Parece que lo hacen por joder: cada cabezada mía coincide con un nuevo discurso de los azafatos. Una, además, es humorista: “Llega el momento más esperado del vuelo, y no hablo de las turbulencias…”. “Sus muertos”, pensamos al unísono Ángela y yo. En el aterrizaje el avión hace un extraño. La película de mi vida pasa ante mis ojos y el corazón se me sale del pecho. Primera prueba superada.

Segunda etapa. Coche de alquiler. Automático. Micro Machine. Allí que nos metemos y al salir a la autopista el pequeño frena en seco. Nos hemos salvado de morir estrelladas en el avión pero todavía tenemos que salir de la carretera. Sanas y salvas, llegamos a Tarragona, que nos recibe con un calor infernal.

Dicen que los andaluces somos unos flojos, pero aquí tienen otra catedral sin terminar. Las calles del centro son como El Jueves, por lo que no me da tiempo a echar de menos el bullicio de mi calle. Nos ponemos con las fotos y así echamos la mañana. Decidimos que vamos a Sitges, lugar para lunas de miel, gente de la jet set y homosexuales. Ni nos hemos casado ni somos famosas, ya sé por lo que vamos a pasar allí.

Efectivamente, Sitges es un paraíso gay. Seguimos bien sin pensar en hombres porque aquí todos van de dos en dos. Nos sentamos a comer y una familia nos da cháchara. “¿Sevillanas? Ole, ole y ole, ¡cuánta alegría!” Ángela y yo miramos con desdén y seguimos con el bocadillo, la envidia de todos los hombres que pasan a nuestro lado porque es una gran baguette.

Próximo destino: Barcelona. Un Smarth, un mapa, una conductora cegata y una copiloto despistada hacen el resto. Tampoco nos perdemos tanto. Entrenamos para lo que van a hacer los próximos días: Rambla para arriba, Rambla para abajo. El hotel está arriba a la izquierda. Creo. El coche se niega a que le metan la marcha atrás. Nos ha salido precavido.

La habitación es muy romántica. Nos echamos en las camas y nos da un ataque de risa que desemboca en llanto nervioso. Somos unas aventuraras. El año que viene nos vamos de safari.


Barcelona. Día 2.

Después de once años, me vuelvo a subir al Metro. La última vez fue en París, cuando un hombre decidió acabar con su vida tirándose a las vías cuando pasaba el tren en el que yo viajaba. Otro miedo que supero. Parada: Sagrada Familia. Sales de la boca del suburbano y nos sentimos unas divas. ¿Nos fotografían a nosotras? No, es a la catedral que hace gala del refrán sobre la duración de las cosas -prevén que esté terminada entre 2020 y 2040- que se medio erige a nuestra espalda. Llevan desde 1892. Queremos pensar que los obreros son actores porque no nos piropean. Monteseirín no se ha enterado de este filón de cobrar 11 euros por ver una obra porque si no ya estaría haciendo caja y la línea 1 se habría inaugurado en 2100.

Salimos al Parque de los Güells, como queda bautizado porque para llegar hay que subir unas cuestecitas que ni en el Tourmalet. Aquí confirmamos el tópico: los catalanes son muy agarrados. Un parque y ni un triste banco. En las Ramblas tampoco. Ni en las plazas. Kilómetro y medio para llegar de nuevo al Metro. Vamos a pasar la tarde dedicada a Gaudí. Paseo para encontrar edificios modernistas. Me duele –nos duelen- las piernas. Nos sentamos y sentimos el hormigueo postorgásmico pero sin orgasmo. Se nos está poniendo el culito aún más prieto.

Nos damos un chapuzón en la piscina. Mi resfriado empieza a hacerse patente. Esta noche vamos a salir y mi mujer me agasaja con una cena en un japonés. Para las copas, nada mejor que no perder las buenas costumbres y buscamos la Alameda barcelonesa, en el Barrio Gótico. Nos sentamos en una mesa y llega un listo que dice venir del servicio y nos invita a levantarnos o a compartir con él la cerveza. Faltaría más. Nos levantamos y nos vamos a otra. Llega el momento revelación del viaje y nos ponemos trascendentales. El alcohol es lo que tiene.

Barcelona. Día 3.

Hoy la caminata es por el centro. La Rambla de derecha a izquierda. La Boquería y el Raval. Como somos muy audaces, nos decidimos a ravalear a plena luz del sol. Nos persiguen. Lo sabemos y nos encomendamos a sagrado. Entramos en una iglesia románica que nos hace plantearnos nuestra vocación y pensamos en pillar los hábitos, los malos, claro. La verdad es que se respira paz. Mi señora me hace un reportaje gráfico.

Todas nuestras fotos del viaje son de una en una o autofotos, en las que salimos con cara de velocidad. No nos atrevemos a pedir que nos fotografíen no vaya a ser que salgan corriendo con el aparatito de mi madre y nos mata.


Volvemos a La Boquería para comer. Nos sentamos en una plaza. No tenemos ganas de hablar pero sí de escuchar. Conversación entre jipis (varones).

-Jipi 1: Yo, es que no las entiendo. Las tías son egoístas y muy pesadas.
-Jipi 2: Sí, tío, nunca sabes como acertar con ellas. Lo peor son los tres o cuatro días cada mes antes de la regla…
-Jipi 1: Pero la tuya usará Tampax, ¿no?
-Jipi 2: Sí, pero no puedo hacer nada…
-Jipi 1: Ni tocarla…
-Jipi 2: ¡Ni mirarla!

Ya está claro, las tías somos un tema recurrente en las conversaciones de tíos. No sólo de pelotas vive el hombre.

Por la tarde intentamos ir a la Catedral. Nos niegan la entrada. ¿Por qué? Por guarris. Vamos en tirantas y no nos dejan pasar sin taparnos. Nos indignamos y decimos que para la playa que nos vamos, que allí sí que se lleva ir destapadas. Esto es como aquella historia del té:

-Yo: Me pone un té marroquí.
-Camarera: Es que no sé como se hace…
-Yo: Mmmmm. Ponme un Brugal con cola.

Nos lanzan a la mala vida. Y al peligro, porque después de superar la prueba del Metro, donde roban a un guiri, la Barceloneta es droga dura. Si no te saltan un ojo con una pelota te pisan en cuello tomando el sol. No aguantamos. Nos vamos a la piscina a pie. Rambla para arriba.

A punto estoy de salir esposada de la piscina. Muy relajadas que hemos estado todas las tardes hasta ésta. Marcelo y sus coleguitas, de no más de diez años, nos dan la tarde. Estoy desesperada. Ya leo los titulares: “Sevillana se vuelve loca y tira a cinco niños sudamericanos por la terraza de un hotel”. Me prometí a mí misma que no diría más eso de arrancarme los ovarios a bocados antes de ser madre, pero estos niños son para ahogarlos.

Nos duchamos y vamos a cenar. Mi esposa no me ha hecho esperar ni una sola vez en estos días. Eso sí, hoy me duele la cabeza y ella me abandona para buscar un melón, que sube a ofrecerme pero que se come antes de que me dé tiempo a decir que sí.

Barcelona. Día 4.

No nos queremos levantar de la cama. Nos vamos ya y nos negamos. Pero hay que hacerlo. Hay que buscar una motivación. O dos. Hoy entramos en la catedral por nuestros ovarios. Perdemos la dignidad. Hace 40 grados pero nos ponemos las rebecas para entrar. ¿Quién dijo aquello de que las rebequitas son para el verano?

Aquí te cobran hasta por respirar. Ayer no nos dieron ni agua después de un café y ahora para iluminar a una momia nos piden que echemos 50 céntimos a una máquina. Te piden limosna, que apadrines una piedra…

Vamos a comer a Reus y llegamos bien de tiempo. Nos ponen un menú y el camarero vuelve a la carga con el rollo de la gracia sevillana. Nos recomienda una ruta por las casas modernistas. A estas alturas hemos decidido que, con el dolor de piernas, el cansancio acumulado y las ganas de encontrar una motivación para volver a casa, nos importa un carajo el arte en general y el Modernismo en particular.

El coche se niega a salir del parking. Que no quiere la marcha atrás. Pensamos en dejarlo allí pero nos puede el sentimiento de responsabilidad. Como no confiamos en nuestra capacidad de orientación salimos pronto y llegamos antes al aeropuerto.



Nos sentamos al lado de una muchacha muy guapa. Viene el que intuimos es el novio. Ella se llama Ana y a él lo bautizamos como Enrique. No le habla. Él le pide que cuando lleguen a Sevilla deje de hablarle si quiere, pero que ella tiene sus cosas en su casa y que las tiene que recuperar. Nos levantamos sutilmente. Nos gustan más las conversaciones entre jipis (varones). Me da miedo la idea de que se vuelvan locos en el avión y nos estrellemos.

Uno de cada tres matrimonios rompe en verano. Otras parejas, como la nuestra, se consolidan en vacaciones. Hemos sobrevivido a la abstinencia, al coche automático, a La Rambla y a Ryanair. El avión sale con retraso. Se encienden las luces del cinturón de seguridad en pleno vuelo. A ambas nos entra la taquicardia cuando el azafato se pone, muy solemne, a hablar en inglés, hasta que dice coffee y capuccino. Ya veíamos nuestros obituarios: “No quería morir hoy, al menos antes de irse a la cama”.

¿Próximo destino…?

sábado, 25 de julio de 2009

Me llevó el tiburón

Qué verdad es ésa que afirma que si crías fama, ya te puedes ir echando a dormir. En Tarragona han pescado a un tiburón que pasaba por la costa y se ha muerto del estrés. ¿Ha hecho algo el pobre escualo? Pues no. El que se puso ayer las botas fue un pez lirio, que con su delicado nombre se dedicó a morder a jovencitas en la misma playa. Todo un clásico playero pero con escamas.

Parece que las cosas en la costa catalana están calentitas y eso que no he llegado todavía, que yo tengo fama de gafe. Bien es verdad que esta celebridad de mi mala suerte tiene cierto fundamento, porque cuando me pongo a encadenar infortunios me quedo sola. Por eso estoy ya cagada. Y no es sólo un miedo infundado. Vuelo con Ryanair, que es como la línea 20 de Tussam pero sin pasar por el Polígono, y no tengo ansiolíticos. A ver cómo paso el rato.

Como preveía desde hace unos días, no tenemos marcado un plan de viaje. Ni dónde ni cuándo iremos. Lo que no sé es si así es más emocionante. De lo que sí tengo ganas es de andar y no pensar (y no tropezarme y partirme un ligamento o el dedo gordo del pie). Ver y mirar, sin que se me meta un cristal en un ojo, bañarme en una cala en el camino desde Reus sin que se me corte la digestión, ese-mito, y no volver con la H1N1, aunque juraría que ya le he pasado. La Rambla será nuestro eje, ese camino que no sé si tiene principio, final o derecha e izquierda… Ya quedan unas horas. Comienza la cuenta atrás. Si no vuelvo, dejo dicho que os quiero. No me echéis mucho de menos.

viernes, 24 de julio de 2009

Bebo para hacer interesantes a los demás (I)

Vivo en una ciudad con un porcentaje muy alto de putas y cabrones. Podría ser más bruta y decir que esta es una ciudad de putas y cabrones, así en plural, pero tendría que decantarme por un bando y lo que es peor, empezar a clasificar a familiares y amigos. Y es que hay días como hoy (y ayer), que me preguntó por qué hay tanto subnormal suelto por las calles y no llegan los laceros y se llevan a más de uno a la perrera.

Estuve en la velá de Santa Ana. Una muchedumbre que siempre me ha gustado por dos únicos motivos: el ron Liberación de la caseta de IU y el mojito. Las papas que me he cogido allí son antológicas (moño con tenedores, el fresquito de una pota, tribesos, el guarrazo en plena calle Betis, lanzamiento de móvil...). Quizás sería que ayer estaba todavía perjudicada porque no disfruté como antes. O eso o me estoy haciendo mayor y cascarrabias. La cosa es que, pasando entre la gente te das cuenta de cuán absurdas son en general las personas. Mucha pija, mucho cani-chungo y mucho sevillanito de pro. Que aquí son todos muy graciosos de jiji y copita, pero luego tontos del culo.

Siempre me cabrean las generalizaciones porque son mentira. Yo nunca me he sentido de aquí. De aquí como se entiende desde fuera. No soy de Semana Santa, ni de miarma ni de chocho loco. No me gustan los tíos con patilla y nunca me ha parecido estético llevar pendientes de perlas y moreno de rayos uva. Es verdad que eso no es ser sevillano: en mi DNI pone que nací en Sevilla y veo un paso y echo a correr. Eso si no la lío metiéndome con el que toca la corneta, que creo que Freud haría con esos tipos encajes de bolillos, que a ver cómo se explica que uno se lleve ocho horas con semejante objeto en la boca...

Lo que quiero decir con esto es que, donde hay tal concentración de gente te percatas más de la cantidad de ellos que estarían mejor encerrados. La pareja de tristes que ni se hablan mientras beben -un refresco- en la puerta de una caseta esperando que llegue la hora de irse cada uno a su casa sin una triste sonrisa (ni qué decir que sin un beso apasionado en un rincón oscuro); la pandilla de amigos que no se soportan mucho pero que llevan años juntos y siguen en la inercia aunque ya no tengan nada en común; el grupo de niñas que salen de punta en blanco y se cabrean porque les derramen la copa encima... Eso sí, llega el de enfrente, empieza el espectáculo, risotada y "Quillo, ¿qué, tú por aquí? A ver si nos vemos otro diíta ¿no, miarma?".

Yo no quiero ser de ésas. No quiero convertirme en esa clase de engendro. No me tomé ni ron ni mojito, por eso a lo mejor estaba mijita. Uff, vaya tela.

jueves, 23 de julio de 2009

Resaca de trascendencia

Hay que coger los toros por los cuernos. Echarle valor al asunto y afrontar que la determinación, la resolución, es la mejor manera de sacar afuera al osado que tenemos dentro. Una derrota solo tiene que ser el impulso para emprender una nueva batalla. Siempre he pensado que la vida es de los valientes.

Hay un poema de José María Fonollosa, al que he retomado de nuevo hace unos días gracias a su Ciudad del hombre: Barcelona. También tiene una Ciudad del hombre: New York, que se pasea por mi casa desde hace unos años. En este libro, muy difícil de conseguir, demoledor en sus planteamientos por lo descarnado de sus imágenes y muy real precisamente por eso, está ese poema que me viene a la mente una y otra vez. Se llama Avenue of Americas. Lo copio y lo pego:


Podemos elegir entre estar juntos
y hacernos mutuamente desgraciados.

O separarnos ahora
y ser también cada uno por su lado desgraciados.


Últimamente tengo muchas conversaciones trascendentales. A todo el mundo le está dando por hacer balance de vida y la resulta de tantas charlas es que la mayoría no está muy conforme con su existencia. Ayer fue la despedida de Ángela del periódico (a este paso mi hermana no va a ser la única que piense que estamos liadas) y me dio por pensar cuán necesario es tener a alguien al lado para ser desgraciado en compañía. Así, acompañado, las desgracias se convierten en anécdotas que pasan mejor. Y más si es con un cubata en la mano: la das un buche y ahogas la emoción que puede trabarte la voz en un momento dado. Así tengo hoy la cabeza como la tengo.


Nos cogimos una buena. Nos cambiaron las canciones de la máquina del Matakas (la Tatuajes se la está jugando) y no desayunamos churrros, pero nos hartamos de reír. Lo que sí hubo un brindis que no quise seguir: ni Dublín, ni Londres ni ninguno de esos destinos son ahora una opción. Ahora toca elegir quedarnos y pasar por el mal trago. Huir es de cobardes, esposa. Barcelona nos espera. En agosto cerramos por vacaciones y septiembre será nuestro mes. Sé, lo presiento, que la felicidad está a la vuelta de una esquina (y no quiero decir que nos metamos a putas, de momento). Ofú qué mal me sienta la resaca a la trascendencia.

martes, 21 de julio de 2009

"Tú eres bollera"

Me voy a arreglar el video para que grabe. Lo he decidido este mediodía frente a la tele. Me pierdo muchas cosas. Me voy a quedar atrás, sin nuevas cosas que aprender y ya se sabe que esto es renovarse o morir. Hoy, por ejemplo, me he enterado de que han hecho un remake de Veredicto, ese mítico programa que lanzó a la fama a Ana Rosa, esa mujer. El juicio que tocaba enfrentaba a una ex pareja. Él había estrellado el coche de ella con el de una tía buena, rubia (han dado todos los detalles). A partir de ahí, el muchacho se dedicó a ponerle los cuernos a la pringada de la novia con la que embistió por detrás antes de decirle hola. El tío es todo un profesional, sin preliminares. Ella, la novia, ahora le reclama el dinero del arreglo del coche y una indemnización por todos los años en los que lo acogió en su casa. Reconoció la chica -a la que el juez, por cierto, no le dio la razón por tonta-, que lo hacía porque estaba despechada por el engaño.

Siempre me he preguntado por qué la gente tiene tan pocos escrúpulos para airear su vida privada existiendo el recurso de "una amiga de una amiga". Es muy socorrido. De todos modos mis hermanas me han dado permiso para que hable aquí de ellas, que estaba yo preocupada por si resultaba que pensábais de mí que soy una indiscreta. Y es que no dejan de darme historias que contar. Hoy una de ellas me ha preguntado por mis vacaciones. Le he contado el plan de Ángela, Atencia, Barcelona. Su respuesta: "Tú eres bollera, ¿verdad?". Esta afirmación injustificada ha provocado debate plenario entre las González, sobre la posibilidad de que cale el lesbianismo entre nosotras. La pregunta del millón que he propuesto que hay que plantearse para reconocer el gusto por practicar la actividad de Lesbos es muy sencilla a la par que soez (perdón). ¿Te gusta el sexo oral? (lo he dicho de otra manera, la autocensura me ha podido) Hacerlo, claro, -he continuado- que para recibir somos todos muy listos... La González más pequeña ha mascullado en este punto un "¡Qué asco!" por lo bajini que yo he querido ignorar, pero las otras han estado de acuerdo en que ésa es la pregunta clave.

En cualquier caso, cada vez estoy más segura de que hay que follar más y mejor y disgustarse menos. Si todo el mundo empezara el día llegando tarde al trabajo por pegarse un buen revolcón en vez de por los atascos, otro gallo nos cantaría. Habría más simpáticos por el mundo. La gente que comienza la jornadas dándo(se) los buenos días acaba con un cutis de lujo, sin cremas ni potingues. Por no hablar del ejercicio físico, la quema de calorías, la eliminación de toxinas y la capacidad de empatizar con el otro y ser más compresivo con el prójimo que no se levanta con tan buen pie o en tan buena compañía...

No se me ocurre ninguna desventaja, salvo si te da por tirarte al que se está tirando tu hermana o al colega le da por probar las diferentes versiones del mismo producto. Ése es un problema. Yo, por eso, pongo el parche antes de que salga el grano: cuando pruebes a una González, no pases a la siguiente como si fuesen estampas de una bonita colección. Puede haber peleas insalvables que pueden matar a la mayor, diosa omnipotente que todo lo sabe, de un ataque de risa. Del lesbianismo pasamos a la promiscuidad. Mis hermanas han dado su permiso pero no tienen la dirección del blog...

lunes, 20 de julio de 2009

La mancha de cani, con otra cani se quita

Hay imágenes que me ponen tierna y sacan de mí el lado dulzón que todo el mundo tiene, unos más y otros menos acentuado. Yo no soy mucho de perder los papeles por una emoción salvo cuando ya me desborda de esconderla, así que es difícil que alguien me vea conmoverme. Es que más que otra cosa un mecanismo de defensa, no es que yo sea dura precisamente...

Esta tarde he visto a un adolescente llorando. En la puerta de un portal, estaba totalmente desconsolado. Me ha inspirado tanta ternura que he aminorado el paso y me ha dado tiempo a ver salir a una jovencita del portal. Se han ido juntos. A lo mejor lloraba por la pérdida de un ser querido o porque sus padres le han castigado sin la Play, pero a mí me ha dado por pensar que le acababan de romper el corazón y la susodicha estaba a punto de rematar exprimiéndoselo y echándoselo de comer a los perros del barrio. Yo llevo ya un buen rato pensando en todas las rupturas y males de amores que me han rodeado a lo largo de los últimos años.

Es verdad que todos hemos tenido rupturas traumáticas. De jurar y requetejurar que nunca más. De ésas de repetir hasta la saciedad que, o te metes a monja, o abres un prostíbulo. Aunque al final, se sale y te ríes, y vuelves a caer y otra vez a reparar las heridas y un nuevo comienzo...

No obstante, las peores sin discusión que se me vienen a la memoria son las rupturas adolescentes. Ahí es cuando crees que la tragedia la inventaron pensando en ti y te quedas lamiéndote la sangre derramada, llorando, maldiciendo al mundo. Pero en el fondo te alegras, porque si sufres es que estás vivo y te has hecho mayor. Es entonces cuando prefieres que te partan el corazón que romperlo tú porque eso te hace ser la heroína -o el héroe- de la historia. Por eso me ha hecho poner tontona el niño del acné con el corazón apaleado por la cani: él es damnificado, el que un día recordará el daño y sonreirá.

Yo me acuerdo de mi primer novio. Me empezó a gustar con nueve años. Era como El Principito: rubio, con los ojos azules, el más listo de la clase, el que mejor cantaba en el coro... Y no me echaba ni puta cuenta, claro. Era muy tímido, pero yo, que a perseverante no hay quien me gane y cuando se me mete algo en el coco hasta que no lo consigo no paro, logré que se me declarará un recreo cuando ya tenía 12 años. ¡Mira que era yo paciente! Me dio hasta la mano un día... Pero he de reconocer que fui yo quien le partió el corazón. Otro niño más espabilado empezó a hacerme la corte y yo sucumbí. Fue el primero que me cogió una teta. Al día siguiente de ese manoseo en el cine, me dejó por otra... Y ahí me destrozó. Venga a oír canciones tristes, venga a ver películas moñas... hasta que salí, por supuesto, como él cuando lo dejó la otra. Mientras, fuimos los más desgraciados del universo, pero no nos importó (y menos a mí, que al muy capullo también lo dejaron). Este muchacho ahora pesa 200 kilos y debe tener pelo en todo el cuerpo menos en la cabeza. Cosas del Feisbuk, mientras yo gano como los buenos vinos.

Por eso he llegado a la conclusión de que no hay mal, que por bien no venga, que cien años dure. (Qué me gusta inventarme refranes). Y al niño sin Play le diría, aunque lo va aprender él solito, que hay más po- que ollas y que una cani, con otra cani se quita.

domingo, 19 de julio de 2009

Juventud, divino tesoro

Adoro a mi madre. ¡Qué verdad es ésa que para ellas nunca dejamos de ser niños! Hoy se ha puesto a enseñarme fotos de su viaje a Canarias y, entre las 300 fotos que ha hecho (no es exageración, lo aseguro), estaba una del Teide. La buena mujer me dice que esa misma estampa salía en el reverso de los billetes de mil pesetas. "Pero, claro, tú de eso no te acordarás...". Madre de mi alma... Que cuando el euro llegó yo estaba a punto de cumplir la mayoría de edad. Pocas botellonas he comprado yo con billetes de mil pelas...

Parece que mi mamá se ha olvidado de que ya tengo un cuarto de siglo. De lo que sí se acuerda es que cuando nací le tuvieron que coser los bajos y que con mis hermanas, sin embargo, ya tenía habituado el canal de parto y casi ni se enteró. Curiosa especie las madres aunque la mía escape del tópico, que también se dejan llevar por eso de que "quien bien te quiere te hará llorar". Porque yo, la que la arrancó casi de la adolescencia y le dejó el chumi para que le dieran por el orto (no hay que ser soez), soy su vástaga más querida. Me lo ha demostrado cuando me ha prestado su tesoro más preciado: su pedazo de cámara de fotos para que me la lleve a Barcelona. La cojo con miedo, no sé yo cómo me saldrán las fotos. Si le pasa algo al aparato me veo aprendiendo catalán y en la Ramblas viviendo.

Las madres creo que son una especie en peligro de extinción. La mía desde luego no es de las madres pesadas todo el día desviviéndose por sus crías. Reflexiono. Cosas que hacen las madres (y que la mía, no): hacerte peinados historiados, vestirte de princesita, esperarte despierta, ir a recogerte de la discoteca, llamarte para ver dónde estás, hacerte una comida especial cuando hay albóndigas, pelarte las gambas, sujetarte la cabeza cuando vomitas tras una borrachera, interesarse por tu vida sentimental (sí por la sexual), pedirte nietos o autoinvitarse a tu casa a tomar café para cotillerar si tienes polvo tras los marcos de foto. Mi madre no ha seguido ninguna etapa de éstas cuando se supone le correspondía: a nosotras nos cortaba el pelo a lo garçon, se reía cuando nos emborrachábamos y a mi casa sólo ha venido una vez en diez meses que llevo aquí.

Hoy, sin embargo, me ha descolocado. Después de pensar que soy lo suficientemente joven como para no recordar más allá del euro, se ha creído que soy lo suficientemente tonta como para contar los secretos de mis hermanas. ¿Que con quién ha pasado una de ellas el fin de semana? A mí, que me registren. De mi boca no ha salido. Que una cosa es que lo cuente por aquí y otra que lo vaya soltando a una madre, que es sagrada...

A mis hermanas la que les da la tabarra soy yo. Que con quién vas, con quién vienes, que si has llegado bien... Las frío a preguntas indiscretas, para eso soy la madre superiora del convento. Las estoy aleccionando para que sean mujeres de provecho. A este paso, superan a la maestra porque la juventud viene empujando y empujando mucho.

sábado, 18 de julio de 2009

Sutil or not sutil

Estoy aprendiendo a ser sutil. Con sutilezas se consiguen tantas cosas... Hoy, por ejemplo, he ido a almorzar con Ángela al japonés. Mira que hay bares en Sevilla y poca gente en un sábado de julio, pero allí que estaba el matrimonio más pesado sobre la faz de la tierra. Hay por ahí una teoría sobre las relaciones humanas que viene a decir que todos estamos conectados con cualquier otra persona del mundo por menos de seis lazos interpersonales. Pues bien, a mí con esta pareja peculiar me unen muchos conocidos comunes desconocidos entre sí, pero muy pocas ganas de relacionarme con ellos.

Cuando me he percatado de su presencia a mi espalda me ha faltado echarme al suelo y esconderme bajo la mesa. Ángela me ha dicho que tenía que ser más sutil y no hablar tapándome la cara. Me he indignado. Sutilmente he hecho que Ángela se levantara a pedir y casi la convenzo para hacer un papelito que me permitiera salir dignamente sin saludar. Aprendo rápido. Al final no ha hecho falta porque se han ido antes y, aunque me han localizado, han tenido la deferencia de no hacerme pasar el mal trago de tener que saludarlos.

Lo mejor de la tarde ha sido la hora del café. Tema universal de las mujeres: los hombres. Allí las dos prendas parloteando de varones y sus peculiaridades cuando, sutilmente, he pegado la oreja a la mesa de al lado. Describo la escena.

Dos jipis, hombres, jugando al ajedrez. Diálogo:

Jipi 1: Pues la verdad es que a mí me gusta más una mujer atractiva que una guapa.
Jipi 2: Hombre, es que vale más una persona atractiva que una guapa.
Jipi 1: Aunque es verdad que hay atractivos y atractivos...

"A ver, jipis" -me han entrado ganas de decir- "¿en qué quedamos?".

Pero los dos estaban muy metidos en el tema. "Yo", decía el jipi 1, "lo pasé muy mal por Fulanita, pensé que no podría verla con Zetanito y fíjate tú ahora, la parienta que tengo...Pero veo a Menganita, que es muy atractiva, y me entran ganas..."

En este punto he desconectado. No es plan de participar de la intimidad de nadie... Eso y que Ángela volvió del baño. Cuando se lo he contado nos hemos partido de risa. Los hombres también hablan de las mujeres. Y mucho. Con tanto dato que han dado si hay seis personas entre ellas y nosotros algún día temblarán de miedo cuando nos vean. Nosotras, en cambio, siempre hemos sido más perspicaces y hablamos de los tíos con motes que, la mayor parte de las veces, no son ingeniosos -normalmente se refieren a una cualidad llamativa del físico- pero que dan el avío. Ríete tú del Chuli, el Pali y el Cabra...

Lo que sí es verdad que si hubieran prestado atención a nuestra conversación igual los que se hubieran meado hubieran sido ellos, pero...no han estado listos. Eso de llevar dos charlas a la vez y mover los peones, como que no se lo podían permitir. Se han perdido el tema de la semana: que esperamos con ansias que mi hermana llegue mañana de un fin de semana playero para que nos cuente qué tal con su ligue, al que le gusta que le insulten en la cama. La pobre iba acojonada. Yo le he dicho que aproveche y le diga a éste todo lo que se haya quedado con las ganas de decirle a otro. O que sea previsora y le suelte ahora todo lo que le tendrá que decir más adelante, que vaya ganando tiempo. Le he recomendado que, ella sí, no sea sutil.

Cuando no hemos levantado a pagar se han dado cuenta de nuestra presencia. Creo que a partir de hoy mismo llamarán a Fulanita, la Puti; al Zetanito, el Gordi, y a la Menganita, la Rubi. Por lo que pueda pasar, o quienes les puedan oír. La gente aprende rápido.

viernes, 17 de julio de 2009

Hoy ha nacido un conquistador

Ya me tengo que ir callando. Sí existe el hombre de mi vida. Es moreno, grande, con los ojos muy vivos y tiene una voz profunda. Es parco en palabras, eso sí. Pero es normal: ha nacido esta mañana y sólo llora para mamar. ¡Qué listo es el tío!

Rodeada siempre de hermanas y primas, este es el primer bebé varón que se cruza en mi camino. ¡Por fin voy a poder explicar a alguien algo más que el proceso de recogerse el pelo, cómo se pone un Tampax o la pérdida de la virginidad desde el lado femenino! Mi entrada de ayer fue el empujón que Tere necesitaba para arrojar al mundo a Marco.


El nombre de Marco viene de la mitología clásica, deriva de Marte, el dios de los combates, de la primavera y de la juventud. Eso, a su legión de titas postizas, nos va a venir de escándalo. Cuando seamos unas cincuentonas resultonas, ligaremos con sus amigos de 25. Ya lo veo, lo veo…
Hay muchos Marco célebres. Marco Tulio Cicerón, por ejemplo, que dijo aquello de que “los hombres son como los vinos: la edad agria los malos y mejora los buenos”. O Marco Aurelio, que soltó por su boquita eso de que “de las cosas que tienes, escoge las mejores y después medita cuán afanosamente las hubieras buscado si no las tuvieras”. O Marco Fabio Quintiliano, que no se cortó un pelo al afirmar que “algunos hablan demasiado, pero sin decirlo todo”.
Esta mañana Marco ha recibido mi llamada con un estrepitoso llanto, pero ya me querrá, ya. Lo he presentido cuando lo he visto tan guapo en la cuna del hospital. El niño promete. Porque su madre raja por los codos y su padre, ché, es argentino. Seguro que suelta alguna perla en cuanto aprenda a hablar. La primera será para mandar a la madre a tomar por culo, porque no lo deja ni respirar. Y le pondremos la cabeza como un bombo contándoles nuestras batallitas, educándolo para que sea bueno con las mujeres, prohibiéndole que se haga tatuajes mientras su mamá y yo nos tapamos el que llevamos en la muñeca, diciéndole que no beba, que es malo… Pregonaremos con el ejemplo, sí señor.
Ay, menos mal que este amor que acaba de nacer en mí no es obsesivo ni basado en los instintos. Mi reloj biológico sigue parado. A Tere le han tenido que hacer una episectomía.

miércoles, 15 de julio de 2009

Melancolía pasajera o como yo quiero tener un millón de amigos y así más fuerte poder cantar

¿Cuántos amigos tengo? ¿Sería capaz de contarlos sin dejarme a nadie fuera? Lo dudo mucho, y eso que sé que, objetivamente, tengo pocos amigos porque no soy amigable si no hay no sé qué. No me voy poner metafísica ahora divagando sobre el concepto de amistad, sus preceptos, sus prebendas o el decálogo del buen amigo. ¡Hoy vuelvo a estar de buenas! Me estoy reconciliando con el mundo, es verano y tengo la regla. Ah, no, que eso es de un anuncio... En definitiva, que hoy me ha dado por pensar cómo puedo tener amigos tan dispares entre sí y lo que más me llama la atención: tan diferentes de mí misma.

Podría empezar por la más fácil. Diferencias físicas, de modo de vestir, gustos en general. Podría seguir y hacer una diferenciación temporal, desde mis amistades más antiguas a las más recientes. O pararme en una clasificación que implique el tipo de relación mantenida: lineal, intermitente, de sube y baja (y no me refiero a relaciones de índole sexual)... Siempre me dejaría a alguien.

Quizás el caso más flagrante es el de mi amistad con Tere. Físicamente, siempre ha sido pija -muy cuidada-, negra como el tizón y ahora tenemos además la distancia abismal de un bombo de nueve meses (ha sido bautizada recintemente por otra amiga, Carmen, como King África. Quiero que conste en acta que no suscribo la moción aunque me haga gracia). Está a punto de parir y hoy he pasado la tarde con ella y estar con Tere es regresar al pasado de anécdota en anécdota. No es mi amiga más antigua (está Chari, que no recuerdo mi vida sin ella, que pasan los meses y no nos vemos y cuando lo hacemos es como si no pasara el tiempo, como si hablásemos a diario y no hiciera falta explicar las miserias o alegrías, las contradicciones que nos atormentan cuando por fin cuadramos y quedamos). Tere tampoco es la más nueva (aquí debería hacer mención a mucha gente que se ha cruzado últimamente en mi vida, la gente del periódico que se han salido de la norma y se han convertido en más que compañeros). Tere no es sólo mi amiga del colegio, mi compañera de pupitre -yo la buena y ella la charlatana-, mi primera calada a un cigarro, mi primer cubata, mi primera papa, mi primer porro... Y mi primera mamá. Cerca nuestra ha estado Carmen y sus bocadillos en el cajón de la mesa de clase con verdina, y mi alma romántica, mi Pilingui. Si alguna vez me oís llamar a alguien puta o zorra al teléfono es a ella, pero la adoro (siempre, siempre ha estado ahí conmigo, en las buenas y en las malas). A las cuatro nos han pasado tantas cosas juntas que sería imposible resumir. La mejor -aunque la Carmela no estaba, para ella es el momento "No me cabe el pepino"- fue cuando nos bañamos desnudas en la playa y a mi grito de "Que viene la guardia civil", salimos pitando del agua con confusión de bragas incluida. Los macarrones de Tere, la cámara de fotos de Pili, el Baila Morena, La Torre, los niños de mirada perdida, El Mundo y sus servicios... Muy emotivo, pero me hace sentir vieja.
De los nuevos, mi señora. Tan parecida a mí que hasta tenemos el mismo número de pie. Soy la primera amiga suya que tiene un 39. Ahí es ná. La cosa prometía desde el principio con ese guiño del destino. Con Ángela no me puedo engañar porque la tía me pilla a la primera. Nuestros momentos son más íntimos, con muchos secretos de alcoba, cómo no.

De la cama también han salido amigos, mis ex, que, una vez que pasa el fuego y los rescoldos están más que enterrados, se convierten en los más firmes defensores de mi dignidad como mujer y de mi pureza virginal. Y de ahí me llega a la mente otra duda mítica que ya está superada a pesar de mi enorme juventud: la posibilidad de ser amigos cuando hay atracción. Un clásico que está muy visto y en el que no valen las generalizaciones.
Otro mito son las amistades que se fraguan en la universidad. Yo pasaba de la carrera como de correr la maratón, por lo que sólo me dio tiempo de salvar de la quema en la pira a los que se cuentan con los dedos de una mano destacando a tres: María, Susana y Juanjo. ¿Cuántos trabajos a cuatro o a seis manos?, el micrófono del Quintero, el aburrimiento en clase...

Creo que ya he dado con la tecla (además de haber aprendido a meter fotos, estoy que me salgo, por cierto). Lo que no saben todos éstos que me han aguantado y me aguantan a veces con más pena que gloria, que soportan que sea una pesada muy, muy pesada, exigente; una pasota otras que ni se inmuta; que les quiera mucho-demasiado; que les llame 20 veces al día o que no sepan de mí en una semana o, incluso, meses; es que había cámaras cerca de buenos momentos para encumbrarlos al estrellato. Espero que nadie deje de hablarme por haberme olvidado. Son todos lo que están pero no están todos los que son. Eso dicen, ¿no? Y si no hubo foto...

Nota: (Me he salido de la filosofía de mi blog, perdón, pero es que hoy me he puesto tonta con Tere. Y eso que no hemos fumado nada. Será Marco que llega ya y que nos hace reflexionar. Stop).

martes, 14 de julio de 2009

La dignidad del porterillo electrónico

Me voy a comprar cinco o seis metros de cuerda. Que no cunda el pánico que no es para ahorcarme. Más bien serán metros de guita, para atar una copia de la llave del portal de mi casa. Menos mal que mi dulce hogar no es precisamente el camarote de los hermanos Marx, que sino, tendría un culo mucho mejor puesto que el que ya tengo. Y eso es un problema.


En fin, que estoy pensando en hacerle una petición a mi casero. Después de pedirle un termo nuevo y una lavadora la primera semana de mudarme a Correduría, tras comprobar que el anterior inquilino era un guarro que ni se duchaba (el calentador era de 15 litros) ni ponía la colada (a la primera se me inundó el piso y lavaba a 90º), deseché la idea de pedirle un sofá. Pero bien visto y pasados los meses y una vez ha caído en el olvido tanta solicitud -espero- ahora prefiero estar tirada incómoda otro año más a seguir teniendo que bajar a abrir la puerta cada vez que vienen visitas. Eso no es digno.

Más aún cuando se presentan sin avisar: imagínadme en bragas en pleno invierno con el abrigo de plumas puesto para abrir la puerta... Indigno. O en agosto, sudando a las tres de la tarde, escalera arriba, escalera abajo. Indigno también. Voy a tener que poner un letrero: "Absténgase de llamar al portero, no funciona y no bajo a abrir", pero entonces me perdería muchos buenos ratos también, claro.

Hasta hace poco tenía la fea costumbre de lanzar mis llaves por la ventana (y debo reconocer que parezco un carcelero, porque en el mismo llavero llevo las de mi casa, la casa de mi padre, las de mi abuela y las de mi madre). Un buen manojo, vamos, que si seguía así podría haber chocado a alguien con el invento. Muchas veces he visto con cara de cordero degollado a alguno de mis amigos mirando al cielo como el que espera un milagro: que no les hiciera una brecha por ahorrarme bajar y subir de nuevo al segundo.

Con un portero electrónico, todo cambiaría. Sería mucho más digna y mucho más popular porque haría cenas en casa, invitaría a tomar café... O no, me inventaría otra excusa para no ser la perfecta anfitriona que soy cuando me pongo. Ahora, de hecho, sólo bajo cuando ya he perdido el decoro o cuando recibo alguna contraprestación. Son las cosas de la dignidad que, en el fondo, se pierde gustosamente. A lo mejor le pido al casero un sofá...

lunes, 13 de julio de 2009

Las cerezas y yo en la picota

Me acabo de enterar cuál es la diferencia entre una cereza y una picota. Sé que puede parecer raro que halle respuestas tan trascendentales para mi existencia a estas horas, pero como buena hipocondríaca no me echo nada a la boca sin consultarlo con el Google. Y menos antes de dormir, que imagínate que me quedo pajarita -pero pajarita de la de verdad, tiesa- en mi cama y no se entera ni dios que he muerto sola y desamparada hasta que mis vecinos empiecen a oler raro. Eso si me diferencian del particular aroma que dejan los camiones de Lipassam después de pasar cinco veces cada noche por mi calle...

De todos modos todo lo que me pasa tiene una explicación. O, incluso, dos. Hoy me he ido al Carrefour Macarena. ¿Para ahorrar? No lo sé muy bien porque llevo meses intentando hacerme un presupuesto que incumplo por sistema. A lo que voy: en el citado súper he vivido una lucha encarnizada por hacer la compra en mi tiempo récord. No más de veinte minutos para víveres para quince días. Pero se ve que todo el Polígono Norte se había puesto de acuerdo para hacer competiciones de carritos. Y para colocarse delante de las bandejitas de cerezas y picotas. Pues bueno, después de dar dos quiebros a una señora y sus dos churumbeles -que entre los tres se comerían las reservas de melones de toda la cadena- he pillado las cerezas porque tenían mejor color que las otras. Error.

Según me dice mi médico de cabecera cibernético, "la picota es un fruto exclusivo". "Mientras que cualquier otra variedad de cereza se recoge pasados treinta días de la floración, la picota no cae hasta más de un mes después, con lo que recibe más horas de sol y aire fresco y una mayor cantidad de nutrientes". Tócate los pies. Yo siempre, desde chiquitita, he preferido las cerezas, mira tú, porque tenían rabito y, al final, va a resultar que las buenas buenas son las que se hacen esperar... y caen por su propio peso. Con la poca paciencia que tengo y me encuentro con una metáfora de la vida a un rato de irme a dormir. Después me quejo porque no duermo. Pero esto es una señal. Y yo soy muy de señales.

Todos los empujones que le he dado a mi vida han sido guiada por soplapolleces. It's now or Never, Mi vida sin mí o Vicky, Cristina, Barcelona ayudaron en su momento mucho a dar grandes saltos al vacío. Ahora no he podido volver a ver la de la Coixet y por eso me entretengo con el blog.

Pues nada, después de esta ida de pelota, me he comido sin darme cuenta las cerezas y me toca ahora aguantar a ver si no le da a mi glotis por cerrarse. Hoy llevo todo el día corriendo para que me retrasen las citas laborales o para que no me cierre el ex Contienente. Pero ha sido un buen día. Quizás por eso no estoy especialmente graciosa porque no estoy cabreada o por eso mismo estoy cagada, porque todavía el día se me puede complicar. De momento, me voy a leer Memoria de mis putas tristes. Espero que eso sí que no sea una señal.

domingo, 12 de julio de 2009

Mejor semanas de cuatro días

Odio los domingos. Me da exactamente igual que sean de julio que de enero: son un puñetero aburrimiento. Todo está cerrado y aunque los días normales no sientas el instinto de salir a comprar y agradezcas quedarte en casa tranquila, con el ventilador de frente, resulta que llega el domingo y te entran ganas de sentar la cabeza, comer sano e ir a una frutería a por una sandía, por ejemplo. O se te atonja hacerte la cera, o lavar el coche, o ir a ese bar que sólo cierra el domingo y al que no vas últimamente o, simplemente, piensas que te tienes que cabrear con algo y qué mejor que con un domingo que, total, no se puede defender.

Los martes tampoco son mi día, lo acabo de decidir. Y eso que nací uno. O quizás por eso mismo no me gustan. Los martes me parecen otro fastidio: tienes que trabajar, estás cansada del lunes y encima te quedan otros tres días por delante para que llegue el fin de semana. Total, que si quitas el domingo que, como hoy, odio a la humanidad; el martes, que detesto la puta obligación de trabajar, y los lunes, por motivos evidentes, me quedo con que mi semana para ser potencialmente feliz se me reduce a cuatro días. Muy pocas oportunidades, oye.

Lo peor es cuando has pasado una semana de pena. Llega el domingo y en vez de decir "Ea, al carajo esta semana, la siguiente será mejor", te dices: "Coño, como va a ser ésta si la pasada la acabé animada y el domingo por la noche pensé meter la cabeza en el váter...".

Y si pudiera existir algo que peor que un domingo es un domingo de resaca. Ése ya te condena a no disfrutar de nada de los cuatro días de posible felicidad porque te arrastras como una culebrilla de día en día. No es justo. Los sábados son para el disfrute, el despiporre y el alcohol sin medida. Bien es verdad que he de reconocer que ayer no salí. Así estoy que-me-subo-por-las-paredes.

Cuando sí lo hice fue el viernes, cuando decidí empezar este blog. Me viene arriba. Tiré la casa por la ventana: me bebí los cubatas con Coca-Cola. Me olvidé de mi taquicardia. A la mierda mi teoría de lo malas que son las cocas con alcohol. Se me fue. En cualquier caso, cuando me despertara aún sería sábado...

En lo que no caí es que había quedado con mis hermanas para comer. Después de que le regalara a una de ellas unas bolas chinas sabía que con ese presente perdería mi crédito -el poco que me quedaba- como hermana mayor y respetada. Pero lo de ayer no tuvo nombre. Ya no tienen ética ni estética para contarme sus triunfos amatorios. Me vine abajo de nuevo, normal. A eso le sumas la resaca, las ojeras, el mal color y un poco o nada cuidado estilismo, y el resultado fue la sonora la carcajada de ambas jovenzuelas cuando les aseguré casi entre lágrimas que pierdo atractivo para el género masculino al mismo ritmo que neuronas.

Aquí estoy, pues, cagándome en todo lo cagable y recordando que mañana es lunes, que ayer no salí, que mi hígado clama venganza y que a este paso mis hermanas me tomarán como una desgraciada indigna de regalar juguetitos sexuales. Eso sí, tengo por delante una semana con cuatro días que promete ser la antesala de otro domingo de mierda. Al menos, tengo el ventilador de frente y sandía en la nevera. Menos me da un martes.

sábado, 11 de julio de 2009

Y el principio fue un dolor de cabeza...

Anoche no pude dormir. Es la quinta noche después de mucho tiempo. Soñé que me atragantaba con una pastilla para el dolor de cabeza: muy ilustrativo. Parece ser que soñar con un atragantamiento tiene que ver con la falta de comunicación, con la necesidad de expresar algo que mantenemos oculto por el motivo que sea. ¡Qué ironía! En cuanto al dolor de cabeza, ya es sabido que padezco de jaquecas. En cualquier caso, he buscado la interpretación y resulta que soñar con un dolor de cabeza significa que se está tomando un camino equivocado en la vida.(¿cuál es el camino? ¿existe tal camino?) "Tal vez sin saberlo, está reprimiendo su forma racional de pensar. Necesita utilizar su mente para resolver situaciones complicadas, y no dejarse llevar por sus emociones". Muy bueno.
Así que aquí estoy. Escribiendo un blog, que tal vez debería llamar En tratamiento, a ver si me cura, visto lo visto. A empezar, pues, con un camino nuevo sin suplementos.
¿Quién soy? Una malaje. Qué le vamos a hacer, no soy simpática. No es que sea mala persona, que eso sí que no, sólo que no tengo don de gentes.
Soy especialista en meter la pata: en hablar de más o de menos. Por eso y porque soy una picona y si otros tienen éxito con sus blog por qué no yo, me decidido a escribir aquí. Así aprovecho mi mala leche, porque cuando se me cruzan los cables suelo tener algo de gracia, que no mucha, no os vayáis a emocionar.
Podría hacer un balance de todas las burradas que he soltado por mi boquita para granjearme la mala fama que tengo. Es verdad que no suelo hacer amigos rápido y no soy de la clase de tías que consigue que los hombres de enamoren de ella a la primera de cambio, Yo soy de amores lentos. Eso sí, quien me quiere me quiere de verdad y no soy fácil de olvidar. Así me va. Como dice mi señora, cuanto más se me conoce más difícil es prescindir de mí. Ojito entonces con leerme con ansias.
A la hora de elegir un nombre para el blog, uno de mis maestros en este arte me recomienda que tenga en cuenta la filosofía que le quiero dar. ¿Filosofía? Pero qué coño de fiolosofía para un blog. Si soy un puñetero desastre y la mayoría del tiempo no sé ni por dónde me sopla el viento... Así que, huyendo de dar protagonismo a mi bonito nombre, me lancé a la búsqueda del título y, como no podía ser de otro modo, surgió con un cubata en la mano. Perdona que sea soez resume esa incorrección de la que a menudo hago gala (a veces de forma voluntaria y otras casi sin querer).
¿De qué voy escribir? Pues supongo que cuando me ponga empezaré a soltar barbaridades: me aburro mucho, me siento encerrada la mayor parte del tiempo y desaprovechada al máximo en muchísimos sentidos. Estoy como un coche averiado o sin gasolina o como una pajarita enjaulada. Se supone que todo lo que cuente será real, al menos cosas y casos cercanos a mi realidad.