lunes, 20 de julio de 2009

La mancha de cani, con otra cani se quita

Hay imágenes que me ponen tierna y sacan de mí el lado dulzón que todo el mundo tiene, unos más y otros menos acentuado. Yo no soy mucho de perder los papeles por una emoción salvo cuando ya me desborda de esconderla, así que es difícil que alguien me vea conmoverme. Es que más que otra cosa un mecanismo de defensa, no es que yo sea dura precisamente...

Esta tarde he visto a un adolescente llorando. En la puerta de un portal, estaba totalmente desconsolado. Me ha inspirado tanta ternura que he aminorado el paso y me ha dado tiempo a ver salir a una jovencita del portal. Se han ido juntos. A lo mejor lloraba por la pérdida de un ser querido o porque sus padres le han castigado sin la Play, pero a mí me ha dado por pensar que le acababan de romper el corazón y la susodicha estaba a punto de rematar exprimiéndoselo y echándoselo de comer a los perros del barrio. Yo llevo ya un buen rato pensando en todas las rupturas y males de amores que me han rodeado a lo largo de los últimos años.

Es verdad que todos hemos tenido rupturas traumáticas. De jurar y requetejurar que nunca más. De ésas de repetir hasta la saciedad que, o te metes a monja, o abres un prostíbulo. Aunque al final, se sale y te ríes, y vuelves a caer y otra vez a reparar las heridas y un nuevo comienzo...

No obstante, las peores sin discusión que se me vienen a la memoria son las rupturas adolescentes. Ahí es cuando crees que la tragedia la inventaron pensando en ti y te quedas lamiéndote la sangre derramada, llorando, maldiciendo al mundo. Pero en el fondo te alegras, porque si sufres es que estás vivo y te has hecho mayor. Es entonces cuando prefieres que te partan el corazón que romperlo tú porque eso te hace ser la heroína -o el héroe- de la historia. Por eso me ha hecho poner tontona el niño del acné con el corazón apaleado por la cani: él es damnificado, el que un día recordará el daño y sonreirá.

Yo me acuerdo de mi primer novio. Me empezó a gustar con nueve años. Era como El Principito: rubio, con los ojos azules, el más listo de la clase, el que mejor cantaba en el coro... Y no me echaba ni puta cuenta, claro. Era muy tímido, pero yo, que a perseverante no hay quien me gane y cuando se me mete algo en el coco hasta que no lo consigo no paro, logré que se me declarará un recreo cuando ya tenía 12 años. ¡Mira que era yo paciente! Me dio hasta la mano un día... Pero he de reconocer que fui yo quien le partió el corazón. Otro niño más espabilado empezó a hacerme la corte y yo sucumbí. Fue el primero que me cogió una teta. Al día siguiente de ese manoseo en el cine, me dejó por otra... Y ahí me destrozó. Venga a oír canciones tristes, venga a ver películas moñas... hasta que salí, por supuesto, como él cuando lo dejó la otra. Mientras, fuimos los más desgraciados del universo, pero no nos importó (y menos a mí, que al muy capullo también lo dejaron). Este muchacho ahora pesa 200 kilos y debe tener pelo en todo el cuerpo menos en la cabeza. Cosas del Feisbuk, mientras yo gano como los buenos vinos.

Por eso he llegado a la conclusión de que no hay mal, que por bien no venga, que cien años dure. (Qué me gusta inventarme refranes). Y al niño sin Play le diría, aunque lo va aprender él solito, que hay más po- que ollas y que una cani, con otra cani se quita.

1 comentario:

  1. Canis, pijos, jipis, progres, machitos y hombres en general... No hay mal que cien años dure ni cuerpo que lo resista (así es el refrán, aunque a mí me gustan más tus versiones)

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