jueves, 30 de julio de 2009

Ángela, Atencia, Barcelona

Según las estadísticas, el verano y las vacaciones provocan en España uno de cada tres divorcios.

Barcelona. Día 1.

Empezamos regular el día. No hemos pegado ojo. El calor en casa de mi abuela, que es donde pasamos la noche previa al viaje por cuestiones de intendencia, es insufrible. Ni el ventilador ni las ventanas abiertas de par en par nos dan una tregua. Dormimos juntas en la cama, pero mi mujer se va porque está agobiada y no quiere despertarme. Yo la echo de menos a mi lado y me preocupo. Lo dicho: no dormimos nada y suena el despertador a las 06.20 horas.

El termo no funciona. Ducha fría. Seguimos para bingo. Esta inconveniencia nos viene bien para el viaje y nuestro propósito: nada de pensamientos impuros durante nuestra estancia en Barcelona. Si otros se ganan el jubileo haciendo el Camino de Santiago nosotras lo hacemos prescindiendo del género masculino por unos días. A ver cómo sobrellevamos la preparación de nuestro cierre por vacaciones.

Mi padre, pobre, nos recoge para el traslado al aeropuerto. Llegamos a las 07.00 horas. El tío de la facturación es un inútil y nos dice que no podemos llevar maleta. Ya nos veo con tres capas de ropa cual cebollas. Desayunamos y nos la clavan. La primera en la frente. La segunda, la furgoneta de los periódicos se ha averiado y nos dejan sin prensa. A esperar el avión.

Mi miedo a los aviones se va superando poco a poco. Seguimos muertas de sueño. En Rayanair nos putean: o te venden unos rascas para ayudar a unos niños ciegos o colonias, o cafés, o cigarros con nicotina pero sin humo (¡!). Parece que lo hacen por joder: cada cabezada mía coincide con un nuevo discurso de los azafatos. Una, además, es humorista: “Llega el momento más esperado del vuelo, y no hablo de las turbulencias…”. “Sus muertos”, pensamos al unísono Ángela y yo. En el aterrizaje el avión hace un extraño. La película de mi vida pasa ante mis ojos y el corazón se me sale del pecho. Primera prueba superada.

Segunda etapa. Coche de alquiler. Automático. Micro Machine. Allí que nos metemos y al salir a la autopista el pequeño frena en seco. Nos hemos salvado de morir estrelladas en el avión pero todavía tenemos que salir de la carretera. Sanas y salvas, llegamos a Tarragona, que nos recibe con un calor infernal.

Dicen que los andaluces somos unos flojos, pero aquí tienen otra catedral sin terminar. Las calles del centro son como El Jueves, por lo que no me da tiempo a echar de menos el bullicio de mi calle. Nos ponemos con las fotos y así echamos la mañana. Decidimos que vamos a Sitges, lugar para lunas de miel, gente de la jet set y homosexuales. Ni nos hemos casado ni somos famosas, ya sé por lo que vamos a pasar allí.

Efectivamente, Sitges es un paraíso gay. Seguimos bien sin pensar en hombres porque aquí todos van de dos en dos. Nos sentamos a comer y una familia nos da cháchara. “¿Sevillanas? Ole, ole y ole, ¡cuánta alegría!” Ángela y yo miramos con desdén y seguimos con el bocadillo, la envidia de todos los hombres que pasan a nuestro lado porque es una gran baguette.

Próximo destino: Barcelona. Un Smarth, un mapa, una conductora cegata y una copiloto despistada hacen el resto. Tampoco nos perdemos tanto. Entrenamos para lo que van a hacer los próximos días: Rambla para arriba, Rambla para abajo. El hotel está arriba a la izquierda. Creo. El coche se niega a que le metan la marcha atrás. Nos ha salido precavido.

La habitación es muy romántica. Nos echamos en las camas y nos da un ataque de risa que desemboca en llanto nervioso. Somos unas aventuraras. El año que viene nos vamos de safari.


Barcelona. Día 2.

Después de once años, me vuelvo a subir al Metro. La última vez fue en París, cuando un hombre decidió acabar con su vida tirándose a las vías cuando pasaba el tren en el que yo viajaba. Otro miedo que supero. Parada: Sagrada Familia. Sales de la boca del suburbano y nos sentimos unas divas. ¿Nos fotografían a nosotras? No, es a la catedral que hace gala del refrán sobre la duración de las cosas -prevén que esté terminada entre 2020 y 2040- que se medio erige a nuestra espalda. Llevan desde 1892. Queremos pensar que los obreros son actores porque no nos piropean. Monteseirín no se ha enterado de este filón de cobrar 11 euros por ver una obra porque si no ya estaría haciendo caja y la línea 1 se habría inaugurado en 2100.

Salimos al Parque de los Güells, como queda bautizado porque para llegar hay que subir unas cuestecitas que ni en el Tourmalet. Aquí confirmamos el tópico: los catalanes son muy agarrados. Un parque y ni un triste banco. En las Ramblas tampoco. Ni en las plazas. Kilómetro y medio para llegar de nuevo al Metro. Vamos a pasar la tarde dedicada a Gaudí. Paseo para encontrar edificios modernistas. Me duele –nos duelen- las piernas. Nos sentamos y sentimos el hormigueo postorgásmico pero sin orgasmo. Se nos está poniendo el culito aún más prieto.

Nos damos un chapuzón en la piscina. Mi resfriado empieza a hacerse patente. Esta noche vamos a salir y mi mujer me agasaja con una cena en un japonés. Para las copas, nada mejor que no perder las buenas costumbres y buscamos la Alameda barcelonesa, en el Barrio Gótico. Nos sentamos en una mesa y llega un listo que dice venir del servicio y nos invita a levantarnos o a compartir con él la cerveza. Faltaría más. Nos levantamos y nos vamos a otra. Llega el momento revelación del viaje y nos ponemos trascendentales. El alcohol es lo que tiene.

Barcelona. Día 3.

Hoy la caminata es por el centro. La Rambla de derecha a izquierda. La Boquería y el Raval. Como somos muy audaces, nos decidimos a ravalear a plena luz del sol. Nos persiguen. Lo sabemos y nos encomendamos a sagrado. Entramos en una iglesia románica que nos hace plantearnos nuestra vocación y pensamos en pillar los hábitos, los malos, claro. La verdad es que se respira paz. Mi señora me hace un reportaje gráfico.

Todas nuestras fotos del viaje son de una en una o autofotos, en las que salimos con cara de velocidad. No nos atrevemos a pedir que nos fotografíen no vaya a ser que salgan corriendo con el aparatito de mi madre y nos mata.


Volvemos a La Boquería para comer. Nos sentamos en una plaza. No tenemos ganas de hablar pero sí de escuchar. Conversación entre jipis (varones).

-Jipi 1: Yo, es que no las entiendo. Las tías son egoístas y muy pesadas.
-Jipi 2: Sí, tío, nunca sabes como acertar con ellas. Lo peor son los tres o cuatro días cada mes antes de la regla…
-Jipi 1: Pero la tuya usará Tampax, ¿no?
-Jipi 2: Sí, pero no puedo hacer nada…
-Jipi 1: Ni tocarla…
-Jipi 2: ¡Ni mirarla!

Ya está claro, las tías somos un tema recurrente en las conversaciones de tíos. No sólo de pelotas vive el hombre.

Por la tarde intentamos ir a la Catedral. Nos niegan la entrada. ¿Por qué? Por guarris. Vamos en tirantas y no nos dejan pasar sin taparnos. Nos indignamos y decimos que para la playa que nos vamos, que allí sí que se lleva ir destapadas. Esto es como aquella historia del té:

-Yo: Me pone un té marroquí.
-Camarera: Es que no sé como se hace…
-Yo: Mmmmm. Ponme un Brugal con cola.

Nos lanzan a la mala vida. Y al peligro, porque después de superar la prueba del Metro, donde roban a un guiri, la Barceloneta es droga dura. Si no te saltan un ojo con una pelota te pisan en cuello tomando el sol. No aguantamos. Nos vamos a la piscina a pie. Rambla para arriba.

A punto estoy de salir esposada de la piscina. Muy relajadas que hemos estado todas las tardes hasta ésta. Marcelo y sus coleguitas, de no más de diez años, nos dan la tarde. Estoy desesperada. Ya leo los titulares: “Sevillana se vuelve loca y tira a cinco niños sudamericanos por la terraza de un hotel”. Me prometí a mí misma que no diría más eso de arrancarme los ovarios a bocados antes de ser madre, pero estos niños son para ahogarlos.

Nos duchamos y vamos a cenar. Mi esposa no me ha hecho esperar ni una sola vez en estos días. Eso sí, hoy me duele la cabeza y ella me abandona para buscar un melón, que sube a ofrecerme pero que se come antes de que me dé tiempo a decir que sí.

Barcelona. Día 4.

No nos queremos levantar de la cama. Nos vamos ya y nos negamos. Pero hay que hacerlo. Hay que buscar una motivación. O dos. Hoy entramos en la catedral por nuestros ovarios. Perdemos la dignidad. Hace 40 grados pero nos ponemos las rebecas para entrar. ¿Quién dijo aquello de que las rebequitas son para el verano?

Aquí te cobran hasta por respirar. Ayer no nos dieron ni agua después de un café y ahora para iluminar a una momia nos piden que echemos 50 céntimos a una máquina. Te piden limosna, que apadrines una piedra…

Vamos a comer a Reus y llegamos bien de tiempo. Nos ponen un menú y el camarero vuelve a la carga con el rollo de la gracia sevillana. Nos recomienda una ruta por las casas modernistas. A estas alturas hemos decidido que, con el dolor de piernas, el cansancio acumulado y las ganas de encontrar una motivación para volver a casa, nos importa un carajo el arte en general y el Modernismo en particular.

El coche se niega a salir del parking. Que no quiere la marcha atrás. Pensamos en dejarlo allí pero nos puede el sentimiento de responsabilidad. Como no confiamos en nuestra capacidad de orientación salimos pronto y llegamos antes al aeropuerto.



Nos sentamos al lado de una muchacha muy guapa. Viene el que intuimos es el novio. Ella se llama Ana y a él lo bautizamos como Enrique. No le habla. Él le pide que cuando lleguen a Sevilla deje de hablarle si quiere, pero que ella tiene sus cosas en su casa y que las tiene que recuperar. Nos levantamos sutilmente. Nos gustan más las conversaciones entre jipis (varones). Me da miedo la idea de que se vuelvan locos en el avión y nos estrellemos.

Uno de cada tres matrimonios rompe en verano. Otras parejas, como la nuestra, se consolidan en vacaciones. Hemos sobrevivido a la abstinencia, al coche automático, a La Rambla y a Ryanair. El avión sale con retraso. Se encienden las luces del cinturón de seguridad en pleno vuelo. A ambas nos entra la taquicardia cuando el azafato se pone, muy solemne, a hablar en inglés, hasta que dice coffee y capuccino. Ya veíamos nuestros obituarios: “No quería morir hoy, al menos antes de irse a la cama”.

¿Próximo destino…?

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