domingo, 9 de agosto de 2009

Cariño animal

De babysitter. Más bien de dogsitter. Así estuve ayer. Paseando al perro de mi tío. Al de cuatro patas, claro, no me refería al hermano de mi madre. Ya ni me acordaba lo que es sacar a un animal babeante atado de una correíta. Es lo que tiene la soltería...

Cuando me vine a vivir sola todo el mundo se empeñó en que me hiciera con un animal. Que si un gatito, un perrito o, la mejor opción, un conejito. Las cosas de mi madre: un conejo me quería regalar. Como si no tuviera bastante con lo que tengo. Y mira que de chiquitilla me encantaban los bichos. Todos. Desde el típico hámster a cobayas, conejos enanos, ardillas, pájaros de todos los colores, peces y una iguana. El arca de Noé parecía mi casa. Con el cariño lógico que se le cogen a las mascotas, con ellas llegaron mis primeros berrinches. Cuando se me perdió la ardilla fue un show. Mi padre me dijo que se escapó y que vivía en el árbol de al lado de mi terraza. Yo miraba y miraba y nunca la veía, pero pensaba que con la libertad del naranjo, oliendo a azahar y todo, sería más feliz que conmigo. (Qué sacrificada he sido yo siempre, coño). El drama llegó cuando a mi padre, bocazas como su puñetera hija, se le escapó que la simpática roedora la había espichao.

Desde entonces empecé a tomar distancia. Para no encariñarme. Por eso cuando mi iguana llevaba unos días sin moverse en su terrario y mi progenitor se empeñaba en decirme que hibernaba -estábamos en junio- le eché mano y constaté que estaba disecada ya y todo. A la papelera que fue. Ése momento fue crucial. Nada de animales en mi vida, que me estaban endureciendo el carácter. Si acaso de dos patas y que se valgan ellos solitos y, y...

Porque aunque queramos negarlo, todos somos unos animales. De granja, de costumbres, bestias pardas... Nos dejamos llevar por instintos, por bajos impulsos. Hay mecanismos que son involuntarios totalmente pero que nos someten a unas inclinaciones irracionales.

Mi hermana, de seis años, sonríe en el parque a un niño de no más de cuatro. Se toca el pelo, gira sobre sus pies, echa a correr y... allá que tiene al mocosete pegado a sus faldas. Eso es instinto. Ella después pasa. El pequeño vive su primer amor. Como el perrillo de mi tío cree que es libre jugueteando en la plaza. Arrastra la soga al cuello.

2 comentarios:

  1. Creo que tengo la mascota perfecta:

    http://2photo.ru/uploads/posts/1160120900_5_lg.jpg

    http://2photo.ru/uploads/posts/1160120900_1_lg.jpg

    No se quien arrastraría la soga al cuello... pobres animalitos

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  2. ahiiii, q ya se quien voy a coger de dogsitter.

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