domingo, 16 de agosto de 2009

No me gustan los finales felices

No me gustan los finales felices. Creo que lo he dicho ya aquí. Los finales felices son aburridos y transitorios. Pasan muy pronto. No implican esfuerzo posterior ni permanecen en la memoria. Hacen que te acomodes y, paradójicamente, te convierten en infelices de por vida.

Ya lo dijo Shopenhauer. "La vida de un hombre no es sino la lucha por la existencia con la certeza de ser vencido". Al menos en la batalla hay entretenimiento, pasión, esperanza. Y si pierdes, mejor. Porque como ganes te olvidas de pelear. Un coñazo de vida ésa.

Todo esto viene a cuento de mis lecturas de verano. Son como las canciones. Superficiales. Entretenidas, eso sí, pero llenas de finales felices, irreales por tanto. No sé porqué ese empeño en hacer que las cosas terminen bien. Como si se pudiera poner punto y final a una historia si no es con una muerte de por medio (toco madera, aunque eso explica porqué todas mis películas de la infancia eran dramas y mi padre amenazaba con que nos iban a echar del cine por mis llantos). Yo siempre lo he dicho: nada mejor que una fatalidad para mantenerla a salvo del olvido. Pero a lo que voy. Una novelucha francesa de historias cruzadas (todo un clásico): atascos inesperados, trenes que se averían, una llamada inoportuna... me ha hecho ponerme de mal humor.

Todo iba bien de catástrofes hasta las últimas páginas donde todos han empatado en asquerosa felicidad. El pobre, rico; el despechado, enamorado; el enfermo, curado... Muy real, por las quejilas. Los infortunios del destino se convierten en bonitas casualidades para que los buenos acaben bien. Cuando en la vida real los correos nunca llegan a su destinatario, las cartas siempre -siempre- se pierden por el camino, los dobles sentidos nunca son bien interpretados y los mensajes de móvil se quedan en la bandeja de borradores. Todo el día con las narices en el buzón, dándole a F5 y encendiendo la pantalla del móvil. La gente corriente es muy desgraciada.

Pero la que más, yo. Porque las que ya llegan a su fin son mis vacaciones. Efectivamente, no es un final feliz. Un domingo de incorporación a la rutina es el peor de los domingos. Por eso no me gusta que acabe bien lo que leo. A ver qué drama se me ocurre antes de irme a la cama. Que no sea que vuelve a sonar el despertador...

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