viernes, 21 de agosto de 2009

Negro porvenir

He tenido una pesadilla esta noche. He soñado que me casaba. Ha sido muy confuso y no quedaba claro contra quien, pero he pasado mucho miedo. La cosa empezaba con la recogida del traje de novia. Iban juntos mi padre y madre para acompañarme, lo que da cuenta de los surrealista del sueño porque creo que dejaron de estar juntos precisamente el día de su boda. Ya llegábamos a casa (una casa muy rara, que no reconozco pero con la que he soñado otras veces) y yo no quería que vieran el vestido hasta que lo llevara puesto. La sorpresa: era negro. Está clara la interpretación. El matrimonio es la tumba del amor. Me he despertado en el punto en que me caía de los tacones de aguja. No sé si he muerto en la pesadilla.

Esta jugarreta del subconsciente habrá venido a cuento de una conversación que tuve el otro día sobre cómo evitar pasar por el altar. Yo tengo la excusa perfecta: si no vienen los Geos a mi boda se puede formar un Puerto Urraco. En cualquier caso, estas cosas de los matrimonios no suelen acabar bien. Los amores nunca son después como cuando los protagonistas se dan el tórrido beso que sella su unión. Me hacen mucha gracia, por cierto, esas parejas que se ven surgidas de la nada. Son los que llamo "amoris in extremis". Los "ahora o nunca". Los defino: dícese de una pareja de treintañeros largos, poco agraciados, que se lían entre sí por ser amigos o conocidos y que, en otras circunstancias, con la moral más alta, ni se habrían dado un inocente pico pero confían en que el susodicho no le contagie ninguna ETS. Éstos, cuando se dan cuenta de que es o eso o nada (la gente tiene mucho miedo a la nada), deciden lanzarse a la búsqueda de su final feliz. Noviazgo feliz, boda feliz, hijos felices... Nadie quiere la pena sin gloria. Y la gloria la reparten en el banquete al módico precio de 50 euros el cubierto. En fin...

Por eso mejor soñarse de luto el día de la propia boda para no caer en tentaciones. Me alegro de que mis amigos y familiares sean reacios al matrimonio. Mejor para ellos y mejor para mí, que me ahorro una pasta y la obligación de disfracerme de mujercita elegante. Lo único que me acojona en este momento es mi amigo el diccionario de sueños. Definitivamente necesito terapia.

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