sábado, 29 de agosto de 2009

Malos hábitos coronarios

Hay días que pasan como si no pasara nada y otros que dejan escenas para el recuerdo, imágenes que quizás con los años seguiremos viendo como si fuese el mismo instante en que quedaron grabadas en nuestra memoria. Ayer, durante el paseo en bici, fuimos testigos de una escena que lleva ocupando mi mente desde entonces. Un hombre, de poco más de 40 años, gritaba a pleno pulmón que lo único que le había dejado una buena mujer tras abandonarlo era la enfermedad, "la puta esquizofrenia". No hay que decir que la protagonista de su historia estaría presente en su mente y que los transeúntes veíamos era a un hombre destrozado chillando al aire.

Más me vale exorcizar ese recuerdo e ironizar sobre él porque lo único que va a hacer es alimentar una de mis neurosis de repetición, el miedo a volverme loca. Hay un proverbio latino que dice que es una locura amar a menos que ames con locura y a estas alturas de la película o soy una descreída o prefiero otra clase de quereres que impliquen menos riesgo para la salud después de ver al pobre hombre de ayer.

El debate de esta semana se ha centrado en la asunción de riesgos, que podríamos haber subtitulado como “manual de uso y disfrute sin peligro coronario”. La conclusión salía en cada sesión pero volvíamos sobre el tema: las enfermedades súbitas llegan de cualquier manera, así, inesperada y bruscamente, y mandan el manual de instrucciones al mismísimo hoyo.

Esta semana, por ejemplo, la Sociedad de Astronomía nos recomienda el cúmulo de Ptolomeo, que se encuentra en la constelación de Escorpio. Quien no tenga agudeza visual suficiente, se podría quedar sin verlo. Dice que tiene 220 millones de años y que se acerca a la Tierra a una velocidad de 14 kilómetros por segundo. A priori podría dar hasta miedo.

Con un ojo normal, el ser humano sería capaz de ver este montón de 80 estrellas, de la que destaca una amarilla gigante, pero como la mayoría tenemos una miopía galopante, nos conformamos con ver bien el suelo y no pegarnos el batacazo padre. La pregunta es ¿perderse un espectáculo así por temor a no ver con claridad las estrellitas? ¿Y si por enfocar al firmamento perdemos de vista lo que está bajo nuestros pies? Ay, las eternas preguntas y las metáforas de lo cotidiano…

Con mi hermana de seis años, Marina, me he quedado de piedra. Me ha dicho literalmente que su amiguito Francisco estaba enamorado de ella, pero que ella estaba enamorada de Guille, aunque no era su novia porque éste quería casarse con ella y con Irene y que eso es tener mucho morro... Uff, ¡qué vaya entrenando!, he pensado con la sonrisa de hermana mayor consciente de que el tiempo pasa y que ya mismo irá con un garrulo del brazo.

Mientras llega la caída inevitable –concluyo- toca reír, gritar y chapotear, que es mi verbo favorito. Si hay alguien enfermo (no digo nombres pero sé que estoy rodeada), seguro que encuentra cura (y no en una iglesia).

1 comentario: